Buenas
noches a todos. Sé que estos días he estado un poco desaparecida pero de nuevo estoy aquí y con algunas cosas nuevas que contaros.
En
estas tardes, estoy recordando los juegos de la infancia: pilla-pilla,
escondite, cocinitas, “mata-pollos” (que aquí se llama queimada), etc. ¡Y correteo
como una enana! Estoy totalmente integrada en el grupo de los niños y me he
dado cuenta que son muy cariñosos. Siempre están dispuestos a dar un abrazo, un
beso, cogerte de la mano y yo disfruto con esos gestos. Es una sensación rara
la que tengo en mi cabeza por las tardes y os cuento por qué. Al proyecto acuden niños cuyas madres
trabajan como empleadas de hogar en casas cercanas. Ellos van por las mañanas a
la escuela y al terminar, directamente, vienen aquí hasta que sus madres
terminan su jornada laboral. En su mayoría son familias desestructuradas con
problemas importantes, bastantes dificultades económicas y viven en las “ciudades satélites”, que son
pequeños barrios que están a las afueras de Brasilia. Durante las horas que
pasan aquí no pienso en las historias de cada uno de ellos, me centro en
jugar, saltar y reír. Pero, ¿cuándo se van? ¿estarán bien? Mi función como voluntaria es
ayudar en lo que pueda y no veo mejor cosa que intentar hacer feliz a alguien
aunque sea por unas horas ¿no creéis?
Hoy he
hecho una excursión con Susete y Michael (el conductor) a Luziânia. Es una
población que está, aproximadamente, a una hora de Brasilia. Una mujer ha
fallecido y ha dejado a la congregación dos terrenos en esta localidad y nuestro
objetivo era encontrarlos. ¿Qué tiene de atractivo esta salida? Pues que Luziânia,
por lo que me ha contando Susete, es una de las ciudades más peligrosas de
Brasil. Para que os hagáis una idea, más o menos, 7 muertos al día por diversas
actividades y ninguna legal.
Al
llegar por la avenida principal, Luziânia te da la bienvenida con un grupo de 8
militares, cada uno mostrando su arma, todo un escaparate de modelos, calibres y
culatas. Tras hacer una serie de gestiones en la Prefeitura (ayuntamiento)
hemos puesto rumbo a la búsqueda del terreno. El camino en coche nos ha servido
para darnos cuenta que ver a un militar armado en cada calle es parte del
paisaje de la ciudad. Todo esto lo cuento ahora que ya he ido, que sino sé de
más de una que estaría comprando un billete para venir a buscarme.
Lo más
frecuente en esta zona del país, por no decir en todo el país, es que si hay un
terreno vacío, sin edificar, una familia decida “ocupar”, o como dicen aquí “invadir”, ese terreno y construir su casita. Una vez se ha producido, pierdes tu
propiedad, pues el gobierno no hace nada. El temor de Susete es que esto
hubiese ocurrido. Cuando nos íbamos acercando a la zona ya veíamos “pequeñas
invasiones”. ¡Ha sido como buscar una aguja en un pajar! Todas las casas tienen
una placa de identificación donde ponen el número de la calle y el número de
tierra que es. Hemos mirado y mirado y por suerte o por desgracia ninguna era
la que buscábamos. Digo por desgracia porque la siguiente parte por mirar era
tierras y tierras, secas, sin ningún árbol a la vista, apenas divididas por
unos palos y en las cuales, las estacas en las que debían poner el número,
estaban desaparecidas o sin cifras visibles. Asique por intuición hemos podido
sacar alguna conclusión.
Ya sólo
queda un día para que vengas dos nuevas voluntarias, españolas, al proyecto. Estarán por aquí un mes. Ya os
las presentaré más adelante.
Hasta
pronto.
"Qué bonito que te va cuando te va bonito"
Mi himno a partir de ahora
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